Y de repente dejas de ser espíritu. Dejáis de ser espíritu.
El mundo pesa. Recuperas las sensaciones humanas. Tienes que mover las piernas para andar.
Parpadeas y todo se esfuma.
El mundo pesa.
El que nunca ha sido espíritu no entiende lo que es eso.
Cuando siempre eres humano te acostumbras a que todo canse. Eres fuerte. Pero el espíritu no necesita fuerza. Nunca.
De repente eres solo medio espíritu con un cuerpo entero.
No sabes a qué cuerpo habrá ido a parar tu otra parte. Estás roto. A medias. Y aunque encontraras (sin jamás reconocerlo) a tu otra parte, nunca podréis volver a ser uno.
Dejas de ser libre. Dejas de flotar. Echas a andar. Buscas situaciones humanas. Pero cómo adaptarte si ya has sido espíritu.
Intentaré describirlo con sensaciones humanas:
Un puñetazo en la boca del estómago.
Solo eso, pero siempre.
Todo es cuesta arriba, te quedas sin aliento, se te nubla la vista. Y vives con esa sensación el resto de tu vida, sabiendo que una vez fuiste espíritu y que nunca volverás a serlo.
Sabiendo que debes buscar motivos, cuando antes nada importaba.
Cuando era humana no necesitaba respirar. Ahora siento que se me congelan los pulmones a cada bocanada de aire.
Ahora es tan difícil explicar emociones, sensaciones y sentimientos. Antes sobraba con sentirlo.
Y hay tanto y todo es tan grande. Y aun así ya no hay eternidad ni infinito. Y esto impone más.
Hay tantos humanos. No hay ningún espíritu. Todos están rotos. Al menos ellos tienen la suerte de no ser conscientes.
El mundo pesa.
Maldito cuerpo, maldito envoltorio, maldita la caida que me rompió y me separó de mi.
Quizá ya no exista. Aunque dicen que esto es existir.