viernes, 12 de febrero de 2016

A.

Así que sigues ahí. Al otro lado. Esperándome.

Me quedaban varios intentos, varios saltos, para volver a caer. Pero seguimos aquí. Es esa tristeza pacífica que en el fondo siempre nos gustó, porque abrazarla la calma.
Porque abrazarte te calma.
No tener nada y no dar nada. No perder nada. Solo estar aquí.

Cuando intentas quedarte sola consigues quedarte sola. Y vaya mierda. Porque nadie quiere estar solo. Porque en el fondo todos estamos solos.

Y por eso he vuelto al fondo. Porque estoy sola.

Nadie sabrá de ti, de mí, ni de lo que somos. Nadie sabrá que aún queda alguna que otra pluma por ahí revoloteando. Que hemos hecho astillas de la escalera para no volver a subir.

Porque cuando intentas quedarte sola, consigues quedarte sola.

Pero siempre quedas tú, para recordarme que odiarme tampoco es tan malo. Y por una vez te abrazo sin asco ni odio, porque al fin y al cabo sigues siendo parte de mí. Como él lo es. Pero él no está.
La esperanza oscura también es esperanza.

Lo bueno de que haya cabos sueltos es que no se pueden usar de sogas.

Pero sigues aquí. Ahí. Al otro lado. Y ahora tus ojos verdes, tus lágrimas, tu pelo despeinado, tus telarañas. Todo es mío. Estamos aquí. Y un gato negro sobre el armario. Porque al fin y al cabo sigo siendo yo.

Quedémonos en esta calma. En el ojo del huracán, en el fondo del pozo. Quitándonos el frío. Con el odio y la tristeza, con las alas destrozadas y enredandonos en los hilos de nuestra mente, los que no nos atrevemos a cortar, por mucho que tire, por mucho que duela. No los cortaremos, ¿verdad?

Quédate aquí. Yo me quedaré.
Nadie sabrá lo que somos. Porque cuando intentas quedarte sola, consigues quedarte sola.