jueves, 25 de junio de 2015

Hasta Siempre.

Enormes lazos blancos colgaban desde la pared hasta el centro de la habitación en la que, semioculto en la penumbra, se podía intuir una enorme figura envuelta en cientos y cientos de lazos que iban a parar allí desde todos los puntos de la sala.
La figura de dos metros estaba suspendida en el aire simplemente sujeta por aquella enredadera blanca. Se balanceaba suavemente de un lado a otro y se inflaba y desinflaba como si respirase. Pero cómo iba a respirar.
Cada uno de los lazos estaba fuertemente atado a la criatura que hacía demasiado tiempo que había dejado de luchar por liberarse.

Apenas entraba un rayo de luz por debajo de una puerta hasta que esta se abrió lentamente y alguien entró en la habitacion. Era una voz tensa, grave e imponente. Al pronunciar palabra provocaba un escalofrío en cualquiera que lo escuchase.

-Di tu nombre. - Las palabras retumbaron en la habitación, pero tras estas no llegó ningún sonido más.

Podría haber pasado una eternidad hasta que la voz se retiró y la habitación volvía a quedar iluminada por ese pequeño rayo de luz.

En aquel momento se escuchó una suave y débil vocecilla que prodecía de un rincón de la habitación.

-No puedes pronunciar tu nombre, ¿verdad? - La figura comenzó a proyectar una suave iluminación en la sala y se pudo observar su cuerpo de niña de quince años, sus inocentes ojos verdes, la piel blanca como la nieve y el larguísimo cabello rubio cayendo en cascada sobre su espalda. -Lo siento mucho, Adiós, pero yo ya no puedo ser Siempre. Tienes que decirlo. - Dijo a punto de romperse.

Pero sus débiles palabras volvieron a retumbar en la habitación sin que tras estas llegara sonido alguno.

<<No puedo romper tus lazos, son demasiado fuertes. No puedo obligarte a hablar, estás demasiado lejos. No puedo iluminar más esta habitación, no tengo fuerzas. No llego a ti. No puedo ser Siempre.>>

domingo, 21 de junio de 2015

Y un carrusel.

Huímos rápido de allí. Aunque creo que nunca dejé de huir.
Esta vez no estaba sola.

No fue tan difícil como esperaba ni daba tanto miedo.

La ciudad dijo que atardecía, pero nosotros sabíamos que estaba amaneciendo, que aquello, a pesar de ser un descanso, era como empezar desde cero.

Claro que no nos conocíamos de nada, claro que debía estar temblando, claro que. Pero y qué.
No había nada como huír, y nadie más que él sabía apreciarlo. Nadie más que él conoció el placer de pasar del odio al amor en un instante. Y viceversa. Y era casi tan bonito como aquellos momentos de soledad que tanto escocían.

-Dime que no vamos a volver.-Me sorprendió. Sonreí. Y no respondí.-Dime que no volveré a ser yo.

Quería prometerle que no volvería a hacer daño a nadie, ni a sí mismo. Quería prometerle que aquellas no iban a ser las únicas horas en las que íbamos a confiar el uno en el otro, que habrían muchos más días.
Quería prometerle.
Que no eramos errores, que merecíamos estar allí, entre toda esa gente, ignorando lo mucho que los odiabamos, que nos odiaban sin saberlo.

-Si esto fuera infinito no sería mágico.

Y un carrusel, una librería, algodón de azúcar y videojuegos en centros comerciales.
Pero era demasiado mágico para ser infinito.

Y comenzó a atardecer y se notaba más dentro que fuera. Y anocheció y dolió más dentro que fuera. Porque nada escapó.
Atamos fuerte esos sentimientos y los escondimos dentro.
Y volvimos a ser dos que se odian, que los odian, que nos odian.