miércoles, 30 de diciembre de 2015
Lo que más hiero.
Un retroceso para el resto de nuestras vidas.
Pero no quiero hablar de nosotros, si no de mí. Y recordarme el daño que me he hecho por haber salido huyendo tantas veces. Huyendo por ti.
Parece ser que el echarte de menos va a ser siempre lo mejor para todos. Para todos menos para mí. A mí me duele. Me desgarra y lo siento como si fuera ayer. Y mañana y hace ocho años.
Porque siempre has dolido. Siempre has sido tan brillante que has dolido. Lo especial siempre duele.
Pero no quiero hablar de nosotros, si no de mí. Y recordarme las veces que me rompí. Que me rompí por ti.
Y que lo sigo haciendo aunque me ponga esta maldita venda que me evita verlo. Sigo rompiéndome pensando que ya no queda absolutamente nada de mí. Nada de lo que era cuando te conocí.
Ah, joder, no quiero hablar de nosotros.
Pero de quién si no. Si siempre somos nosotros. Si esto es un bucle tóxico de destrucción que nunca acaba. Si tú también estás llorando por mí y escribiendo algo porque te obligo a hacerlo. Perdóname, no lo hago queriendo.
Perdóname por tantas cosas. Por ser cabezota, por ser débil, por empeñarme en hacerte feliz cuando no sabías serlo. Yo tampoco supe. Por eso, perdóname por mentirte.
Perdóname por recordarte, por decidir olvidarte, por gritarte. Perdóname por amarte.
Si esto es un desastre.
Perdóname los errores, los enfados, los tropiezos, las caídas, las risas, la importancia que le daba a ciertas cosas. Perdóname el no haber podido cambiar. Perdona que no sea normal. Que siga siendo una maldita loca. Que todo se resume a eso y lo sé y lo sabemos.
Perdona mi egoísmo. Que es lo que soy. Porque aunque intentase sacarte sonrisas solo era porque aquello me llenaba a mí.
Quizá solo digo tonterías, pero es lo que soy. Solo soy una tontería. Una noria vacía. El palo del algodón de azúcar abandonado en la acera. Soy un cuaderno en blanco. Una cama fría. Soy yo, sin ti.
Me he dado cuenta de que tener alas no sirve para nada, si lo que más quiero está en la tierra.
Lo que más hiero está en la tierra.
Lo que más duele.
Maldita sea. Perdóname por hablar de nosotros.
miércoles, 23 de diciembre de 2015
Miedo.
El pasillo era tan largo y estaba tan oscuro que no se podía ver el final.
Lo cierto es que casi no se podía ver el principio.
Él solo sentía el suelo bajo sus pies. Pero era un suelo blando, como si estuviera caminando sobre goma.
El silencio era atroz. Casi se percibía el vacío.
Pasó las manos por las paredes mientras caminaba. Tenían el mismo tacto que el suelo y apenas estaban separadas por un par de metros, lo justo para que pudiera estirar los brazos. No había interruptores, ni puertas, ni cuadros. No había nada.
Echó a andar lentamente, tanteando el camino, como si de una trampa se tratase y pudiera caer al vacío en cualquier momento.
No recordaba cómo había llegado hasta allí. Lo cierto es que no recordaba absolutamente nada.
Solo sabía que había despertado en aquel pasillo, desnudo, con la espalda apoyada en una pared blanda, y había echado a andar buscando la salida sin saber muy bien adonde tenía que ir.
No había nada alrededor, no percibía el tiempo, no sabía si al contar segundos en su cabeza se equivocaba en el ritmo, si lo estaba haciendo mal, si ni siquiera lo que contaba eran segundos.
En un instante durante aquel trayecto sintió un escalofrío que recorrió su espalda y le pareció escuchar un silbido lejano.
Su primer impulso fue la necesidad de gritar, de buscar ayuda o al menos intentar descubrir dónde estaba y si había alguien más allí. Pero justo en el momento en el que abrió la boca para pronunciar palabra se le encogió el corazón, como si algo dentro de él supiera que lo peor que podía hacer en aquel momento era gritar. Algo le dijo que tenía que correr, que tenía que huir lo más rápido posible, seguir adelante a toda velocidad o retroceder.
Lo mejor era retroceder, al menos sabía que atrás no había nada peligroso, pero, ¿qué locura era aquella?
Dio un paso atrás con duda y chocó contra una pared blanda y oscura.
-¿Qué…?- Susurró y se asustó de su propia voz, a pesar de que esta apenas tenía volumen alguno.
Palpó la pared una y otra vez con nerviosismo, la golpeó, golpeó el suelo, saltó frente a ella, pero no había otra explicación: No había vuelta atrás. Tenía que seguir adelante.
Ante aquel descubrimiento el nerviosismo y el miedo se acrecentaron. No le quedaban opciones. Se preguntaba si alguien o algo querían que siguiera adelante, si el muro le había perseguido para que no pudiera retroceder. ¿Por qué no sabía quién era ni de dónde venía? ¿Por qué no sabía cómo había llegado allí? Lo único que sabía era que necesitaba sobrevivir. Sentía un fuerte impulso de echar a correr, de gritar, de golpear las paredes y el suelo y buscar una salida, pero el pánico le atenazaba la garganta, le paralizaba las piernas, le oprimía el pecho.
Sintió cómo se le erizaba el vello, a lo lejos, muy a lo lejos creía escuchar el viento entrando por alguna rendija. Quizá era su imaginación, quizá llevaba horas caminando y en medio de la desesperación por encontrar una salida lo había alcanzado la locura.
Sintió cómo se le secaban los ojos, la boca, y cómo el aire entraba helado por su nariz al respirar con fuerza. Deseó que el corazón le dejara de latir un instante para poder escuchar con atención.
En medio de la duda siguió caminando, acelerando el paso cada vez más, esperando llegar lo antes posible al final de aquel pasillo, abrir una puerta, saltar por una ventana, ver una luz. Dejó de posar las manos en las paredes como si temiera toparse con algo o alguien. Se fue encogiendo cada vez más y más.
Los pasos eran cada vez más largos y seguidos y cuanto más avanzaba, cuanto más rápido iba, una terrible sensación de que algo le perseguía iba acrecentándose en su pecho.
Más rápido. Más rápido. Comenzó a correr intentando no hacer ruido. Pero no lo hacía, no se escuchaba nada más que los acelerados latidos de su corazón.
Pero había alguien a su espalda, no importaba cuánto acelerase el paso, no importaba si ya corría con todas sus fuerzas y no se sentía las piernas. Aquella presencia seguía a su espalda, siempre a la misma distancia, siempre a un centímetro, siempre riéndose, como si todo su esfuerzo fuera absurdo, como si todo lo que tuviera que hacer fuera estirar la mano y acabar con él.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que perdió el control y dejó de correr, se dejó acorralar y cayó al suelo, encogiéndose, abrazando su propio cuerpo desnudo, sintiendo el corazón latiendo con fuerza en cada músculo, cerrándole la garganta. Se sintió vulnerable, acabado, destruido, rendido.
Y aquella mano invisible siguió a un centímetro de su espalda arqueada sobre el suelo, sin llegar a tocarle. Para siempre.
Lo cierto es que casi no se podía ver el principio.
Él solo sentía el suelo bajo sus pies. Pero era un suelo blando, como si estuviera caminando sobre goma.
El silencio era atroz. Casi se percibía el vacío.
Pasó las manos por las paredes mientras caminaba. Tenían el mismo tacto que el suelo y apenas estaban separadas por un par de metros, lo justo para que pudiera estirar los brazos. No había interruptores, ni puertas, ni cuadros. No había nada.
Echó a andar lentamente, tanteando el camino, como si de una trampa se tratase y pudiera caer al vacío en cualquier momento.
No recordaba cómo había llegado hasta allí. Lo cierto es que no recordaba absolutamente nada.
Solo sabía que había despertado en aquel pasillo, desnudo, con la espalda apoyada en una pared blanda, y había echado a andar buscando la salida sin saber muy bien adonde tenía que ir.
No había nada alrededor, no percibía el tiempo, no sabía si al contar segundos en su cabeza se equivocaba en el ritmo, si lo estaba haciendo mal, si ni siquiera lo que contaba eran segundos.
En un instante durante aquel trayecto sintió un escalofrío que recorrió su espalda y le pareció escuchar un silbido lejano.
Su primer impulso fue la necesidad de gritar, de buscar ayuda o al menos intentar descubrir dónde estaba y si había alguien más allí. Pero justo en el momento en el que abrió la boca para pronunciar palabra se le encogió el corazón, como si algo dentro de él supiera que lo peor que podía hacer en aquel momento era gritar. Algo le dijo que tenía que correr, que tenía que huir lo más rápido posible, seguir adelante a toda velocidad o retroceder.
Lo mejor era retroceder, al menos sabía que atrás no había nada peligroso, pero, ¿qué locura era aquella?
Dio un paso atrás con duda y chocó contra una pared blanda y oscura.
-¿Qué…?- Susurró y se asustó de su propia voz, a pesar de que esta apenas tenía volumen alguno.
Palpó la pared una y otra vez con nerviosismo, la golpeó, golpeó el suelo, saltó frente a ella, pero no había otra explicación: No había vuelta atrás. Tenía que seguir adelante.
Ante aquel descubrimiento el nerviosismo y el miedo se acrecentaron. No le quedaban opciones. Se preguntaba si alguien o algo querían que siguiera adelante, si el muro le había perseguido para que no pudiera retroceder. ¿Por qué no sabía quién era ni de dónde venía? ¿Por qué no sabía cómo había llegado allí? Lo único que sabía era que necesitaba sobrevivir. Sentía un fuerte impulso de echar a correr, de gritar, de golpear las paredes y el suelo y buscar una salida, pero el pánico le atenazaba la garganta, le paralizaba las piernas, le oprimía el pecho.
Sintió cómo se le erizaba el vello, a lo lejos, muy a lo lejos creía escuchar el viento entrando por alguna rendija. Quizá era su imaginación, quizá llevaba horas caminando y en medio de la desesperación por encontrar una salida lo había alcanzado la locura.
Sintió cómo se le secaban los ojos, la boca, y cómo el aire entraba helado por su nariz al respirar con fuerza. Deseó que el corazón le dejara de latir un instante para poder escuchar con atención.
En medio de la duda siguió caminando, acelerando el paso cada vez más, esperando llegar lo antes posible al final de aquel pasillo, abrir una puerta, saltar por una ventana, ver una luz. Dejó de posar las manos en las paredes como si temiera toparse con algo o alguien. Se fue encogiendo cada vez más y más.
Los pasos eran cada vez más largos y seguidos y cuanto más avanzaba, cuanto más rápido iba, una terrible sensación de que algo le perseguía iba acrecentándose en su pecho.
Más rápido. Más rápido. Comenzó a correr intentando no hacer ruido. Pero no lo hacía, no se escuchaba nada más que los acelerados latidos de su corazón.
Pero había alguien a su espalda, no importaba cuánto acelerase el paso, no importaba si ya corría con todas sus fuerzas y no se sentía las piernas. Aquella presencia seguía a su espalda, siempre a la misma distancia, siempre a un centímetro, siempre riéndose, como si todo su esfuerzo fuera absurdo, como si todo lo que tuviera que hacer fuera estirar la mano y acabar con él.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que perdió el control y dejó de correr, se dejó acorralar y cayó al suelo, encogiéndose, abrazando su propio cuerpo desnudo, sintiendo el corazón latiendo con fuerza en cada músculo, cerrándole la garganta. Se sintió vulnerable, acabado, destruido, rendido.
Y aquella mano invisible siguió a un centímetro de su espalda arqueada sobre el suelo, sin llegar a tocarle. Para siempre.
martes, 8 de diciembre de 2015
Gaviotas.
Con el corazón en un puño y la rabia latiendo en su pecho
como si todo fuera tan frágil y tan fácil de romper
pasando los días soñando mirar al cielo
No tienes la esperanza, porque no quieres cogerla
Las lágrimas, preciosas
El amor, pudriéndose.
Míralo un segundo, ¿dónde está el presente?
Fuimos como gaviotas, alzando el vuelo, comiendo sobras
aprendiendo a robar sentimientos de corazones que se desbordan
No morirás sin haber sido nadie
has salvado recuerdos
No recordarás todo lo que salvaste
tan solo son los miedos
¿Qué contarás a tus nietos? ¿que un día fuiste libre?
Tan solo un día de los miles que viviste.
sábado, 19 de septiembre de 2015
In love.
Dicen que enamorarse es lo más grande que le puede pasar a alguien. Y es precioso compartir tu vida con esa persona por la que la darías entera.
Verle
amanecer, acariciarle el pelo, erizarle el vello, besarle, morderle,
hacerle reír y reír por él. Darte cuenta de que es lo más grande del
universo y sentirte orgullosa porque ha ido a parar a tus brazos. ¿Quién
se lo merece? Es lo más grande que le puede pasar a alguien.
Hacer planes de futuro y cumplirlos. Estar "in love". Que suena mejor y más enganchante. Como si te hubieras vuelto adicto a alguna droga súper fuerte pero difícil de conseguir.
Enamorarse.
Una historia de dos que se descubre especial cuando intentas entrelazar
los dedos con otra persona y te haces un lío porque no los entrelaza
como él.
Las
costumbres, las manías que se vuelven cotidianas y hacen que todo lo
demás parezca lejano y desconocido. Entenderse con una mirada, tocarse
con los ojos, comerse con las manos y reírse en un suspiro. Y nadie más
se entera.
Dicen que enamorarse es lo más grande que le puede pasar a alguien. Una experiencia que todos deberíamos vivir al menos una vez en la vida. Por qué.
Por qué una vez en la vida y luego se acaba.
Porque también tenemos que vivir el desamor y eso sí que es grande. Joder.
Es
un gigante de cien metros de alto y ancho como medio continente que
llega arrasándolo todo y aun así no lo vemos venir porque creemos que el
amor es lo más grande que nos puede pasar.
Pero el desamor es más grande.
Solo cuando el desamor hace que te muerdas la lengua del tortazo que te da, te das cuenta de que la sangre no es tan dulce.
Es mucho más simple de lo que parece. Es solo la ausencia del amor.
No sirve de nada mezclarlo con odio, con decepción, desilusión, desesperanza, un poco de lo contrario, la soledad...
Solo es vacío. El vacío que ha dejado lo más grande que nos podía pasar.
Y
echas la vista atrás y los planes de futuro se cumplieron, y cómo jode
que todo fuera real y que ya no le importes una mierda. Cómo jode haber
dado tanto, saber que habéis dado tanto, para terminar siendo nada.
Pero, ¿qué vas a hacer? ¿ser algo? ¿mantenerte "in love"
y sentir que tropiezas una y otra y otra y otra y otra y otra y otra y
otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra vez?
Contigo y con él, porque a veces los dos sois piedras. La misma piedra.
Una sola. Y qué difícil es partir una piedra por la mitad y apartarla
del camino.
Pero
si es que nos matamos a pedradas. Pero es que intentamos culparnos
eternamente. A nosotros mismos y a nuestras piedras favoritas. ¿Pero
quién coño se enamora de una piedra?
Ah, mierda.
Quiero
odiarme y quiero odiarte. Pero en el fondo solo siento tristeza y pena.
El vacío que ha dejado eso tan grande de estar enamorada. Ojalá tenga
razón y sea vacío y no sea amor. Ojalá no me esté pesando tu existencia y
ojalá pronto deje de pesar tu ausencia.
No
voy a culparme, porque todos debemos pasar por esto, incluso cuando
implica dejar de ser nosotros mismos y volvernos unos gilipollas con los
ojos vendados y las mejillas agrietadas de llorar. Incluso cuando
implica obligarnos a destruirnos porque algo tan grande como esa persona maravillosa merece de nosotros más que nosotros mismos.
Pero
que nadie me crea. Porque estoy equivocada. Porque no hay necesidad de
ser autodestrucción ni destrucción. No hay necesidad de sentir ese vacío
que sentimos, no por ausencia de amor, si no porque también nos hemos
perdido a nosotros mismos por el camino.
Estoy equivocada. Y era amor. Pero es
quitarse la venda y descubrir que alguien me ha dejado sola en una
habitación cerrada con una desconocida, con la persona en la que me
convertí intentando ser lo mejor para ti. Para el amor.
jueves, 17 de septiembre de 2015
Querido compañero:
"Ya encontrarás como sustituirlo" Me contestaste, cuando intenté explicarte que los regalos que me hacías en tu mundo no podía guardarlos en el mio.
Te soñé esta noche, y aunque lo hago menos que nunca, fue tan especial como antaño, como cuando te podía ver con solo llamarte.
Y aunque no puedas contestarme ahora, sabes que seguiré guardando mis más profundos pensamientos para ti, compañero de demencia.
Tal vez sus palabras se pudran, como me dijiste una vez, pero el recuerdo no se olvida. Y eso es lo que hace que los vea como tu me enseñaste a verlos. Los seres humanos tienen una forma de pensar distinta a la nuestra, no le dan importancia a los recuerdos y viven de paso, para nosotros cada segundo que pasa es el más importante, por que tenemos el privilegio (y siento que no pienses lo mismo que yo en esto) de vivir en este mundo. Porque es un mundo de dolor, de ignorancia, de mentiras, de muerte, de falsedad e hipocresía, pero al fin y al cabo es un mundo como el nuestro, un mundo donde no todo es bonito, pero con cosas que enseñarnos. Pues el nuestro no es tan bonito como creí, ya que tuvo que desaparecer cuando más lo necesitaba.
Vivir aqui es más duro de lo que creía que iba a ser, y más ahora que no estás. Me estoy cansando de confiar en estos seres tan indiferentes, y a la vez creo que me estoy volviendo como ellos. Por mucho que intenten demostrarme que me comprenden, nunca conseguiran que lo vea. ¿Qué piensas? No sé, ellos nunca escuchan, nunca piensan en lo que les dices, cosas que para mi son muy importantes para ellos son solo tonterías, y ahora tal vez yo sea igual que ellos, pues cosas a las que les dan demasiada importancia me parecen absurdas.
Siempre me sentí superior a los seres de este mundo, cuando estaba a tu lado. Ahora siento todo lo contrario, que estoy en un lugar que no llego a comprender, y esque me acostumbré a vivir donde todo era distinto, aprendí a ser habitante de aquel paraíso, y ahora no soporto el infierno.
No sé que pensarás, pero desde que utopía murió, aqui siempre es otoño, las noches son amargas y siempre las paso como la aquella en la que me rescataste. Pero tú ya no vienes, ángel.
Creo que me he rendido, definitivamente, y de la forma en la que nunca esperé hacerlo. Siendo humana, siendo aquello que siempre odiamos, porque nunca nos entendieron, ¿No es asi? Y por esto me abandonaste, por que en algún momento tenía que convertirme en humana... Lo sé, y lo siento, pero yo no elegí serlo, solo sé que debo aprender a vivir como ellos, sin olvidar que soy muchas cosas más en otro lugar, que solo tú y yo conocemos. ¿Acaso crees que por darme cuenta de que soy lo que odio voy a olvidar lo que he vivido contigo? Eso jamás. Eso sí, tal vez ahora me odies, siempre odiaste al ser humano.
Solo quería escribirte, y, aunque sé que vas a leer esto, no estoy segura de que vayas a volver a darme todas las respuestas que sabes que necesito. Pero creo que te he conocido lo suficiente como para haber aprendido lo que está bien o mal. Y sé que estás orgulloso de mi, por muy humana que sea.
Te soñé esta noche, y aunque lo hago menos que nunca, fue tan especial como antaño, como cuando te podía ver con solo llamarte.
Y aunque no puedas contestarme ahora, sabes que seguiré guardando mis más profundos pensamientos para ti, compañero de demencia.
Tal vez sus palabras se pudran, como me dijiste una vez, pero el recuerdo no se olvida. Y eso es lo que hace que los vea como tu me enseñaste a verlos. Los seres humanos tienen una forma de pensar distinta a la nuestra, no le dan importancia a los recuerdos y viven de paso, para nosotros cada segundo que pasa es el más importante, por que tenemos el privilegio (y siento que no pienses lo mismo que yo en esto) de vivir en este mundo. Porque es un mundo de dolor, de ignorancia, de mentiras, de muerte, de falsedad e hipocresía, pero al fin y al cabo es un mundo como el nuestro, un mundo donde no todo es bonito, pero con cosas que enseñarnos. Pues el nuestro no es tan bonito como creí, ya que tuvo que desaparecer cuando más lo necesitaba.
Vivir aqui es más duro de lo que creía que iba a ser, y más ahora que no estás. Me estoy cansando de confiar en estos seres tan indiferentes, y a la vez creo que me estoy volviendo como ellos. Por mucho que intenten demostrarme que me comprenden, nunca conseguiran que lo vea. ¿Qué piensas? No sé, ellos nunca escuchan, nunca piensan en lo que les dices, cosas que para mi son muy importantes para ellos son solo tonterías, y ahora tal vez yo sea igual que ellos, pues cosas a las que les dan demasiada importancia me parecen absurdas.
Siempre me sentí superior a los seres de este mundo, cuando estaba a tu lado. Ahora siento todo lo contrario, que estoy en un lugar que no llego a comprender, y esque me acostumbré a vivir donde todo era distinto, aprendí a ser habitante de aquel paraíso, y ahora no soporto el infierno.
No sé que pensarás, pero desde que utopía murió, aqui siempre es otoño, las noches son amargas y siempre las paso como la aquella en la que me rescataste. Pero tú ya no vienes, ángel.
Creo que me he rendido, definitivamente, y de la forma en la que nunca esperé hacerlo. Siendo humana, siendo aquello que siempre odiamos, porque nunca nos entendieron, ¿No es asi? Y por esto me abandonaste, por que en algún momento tenía que convertirme en humana... Lo sé, y lo siento, pero yo no elegí serlo, solo sé que debo aprender a vivir como ellos, sin olvidar que soy muchas cosas más en otro lugar, que solo tú y yo conocemos. ¿Acaso crees que por darme cuenta de que soy lo que odio voy a olvidar lo que he vivido contigo? Eso jamás. Eso sí, tal vez ahora me odies, siempre odiaste al ser humano.
Solo quería escribirte, y, aunque sé que vas a leer esto, no estoy segura de que vayas a volver a darme todas las respuestas que sabes que necesito. Pero creo que te he conocido lo suficiente como para haber aprendido lo que está bien o mal. Y sé que estás orgulloso de mi, por muy humana que sea.
viernes, 14 de agosto de 2015
Ya disponible "Sueños"
¡Por fin está aquí!
Ayer se publicó "Sueños", una recopilación de relatos y poemas entre los que se encuentra "Sueño eterno" (Por Ana María Orgaz Martín) , uno de mis relatos que, por suerte, podeis leer si os hacéis con uno de estos ejemplares, disponibles tanto en formato de papel como en ebook.
Podéis pedirlo desde la web de Ojos verdes ediciones: http://ojosverdesediciones.com/producto/suenos-i-concurso-de-formato-libre-ojos-verdes-ediciones-ebook/
Espero que os guste.
¡Un saludo!
martes, 21 de julio de 2015
Desenlace.
Y de repente dejas de ser espíritu. Dejáis de ser espíritu.
El mundo pesa. Recuperas las sensaciones humanas. Tienes que mover las piernas para andar.
Parpadeas y todo se esfuma.
El mundo pesa.
El que nunca ha sido espíritu no entiende lo que es eso.
Cuando siempre eres humano te acostumbras a que todo canse. Eres fuerte. Pero el espíritu no necesita fuerza. Nunca.
De repente eres solo medio espíritu con un cuerpo entero.
No sabes a qué cuerpo habrá ido a parar tu otra parte. Estás roto. A medias. Y aunque encontraras (sin jamás reconocerlo) a tu otra parte, nunca podréis volver a ser uno.
Dejas de ser libre. Dejas de flotar. Echas a andar. Buscas situaciones humanas. Pero cómo adaptarte si ya has sido espíritu.
Intentaré describirlo con sensaciones humanas:
Un puñetazo en la boca del estómago.
Solo eso, pero siempre.
Todo es cuesta arriba, te quedas sin aliento, se te nubla la vista. Y vives con esa sensación el resto de tu vida, sabiendo que una vez fuiste espíritu y que nunca volverás a serlo.
Sabiendo que debes buscar motivos, cuando antes nada importaba.
Cuando era humana no necesitaba respirar. Ahora siento que se me congelan los pulmones a cada bocanada de aire.
Ahora es tan difícil explicar emociones, sensaciones y sentimientos. Antes sobraba con sentirlo.
Y hay tanto y todo es tan grande. Y aun así ya no hay eternidad ni infinito. Y esto impone más.
Hay tantos humanos. No hay ningún espíritu. Todos están rotos. Al menos ellos tienen la suerte de no ser conscientes.
El mundo pesa.
Maldito cuerpo, maldito envoltorio, maldita la caida que me rompió y me separó de mi.
Quizá ya no exista. Aunque dicen que esto es existir.
El mundo pesa. Recuperas las sensaciones humanas. Tienes que mover las piernas para andar.
Parpadeas y todo se esfuma.
El mundo pesa.
El que nunca ha sido espíritu no entiende lo que es eso.
Cuando siempre eres humano te acostumbras a que todo canse. Eres fuerte. Pero el espíritu no necesita fuerza. Nunca.
De repente eres solo medio espíritu con un cuerpo entero.
No sabes a qué cuerpo habrá ido a parar tu otra parte. Estás roto. A medias. Y aunque encontraras (sin jamás reconocerlo) a tu otra parte, nunca podréis volver a ser uno.
Dejas de ser libre. Dejas de flotar. Echas a andar. Buscas situaciones humanas. Pero cómo adaptarte si ya has sido espíritu.
Intentaré describirlo con sensaciones humanas:
Un puñetazo en la boca del estómago.
Solo eso, pero siempre.
Todo es cuesta arriba, te quedas sin aliento, se te nubla la vista. Y vives con esa sensación el resto de tu vida, sabiendo que una vez fuiste espíritu y que nunca volverás a serlo.
Sabiendo que debes buscar motivos, cuando antes nada importaba.
Cuando era humana no necesitaba respirar. Ahora siento que se me congelan los pulmones a cada bocanada de aire.
Ahora es tan difícil explicar emociones, sensaciones y sentimientos. Antes sobraba con sentirlo.
Y hay tanto y todo es tan grande. Y aun así ya no hay eternidad ni infinito. Y esto impone más.
Hay tantos humanos. No hay ningún espíritu. Todos están rotos. Al menos ellos tienen la suerte de no ser conscientes.
El mundo pesa.
Maldito cuerpo, maldito envoltorio, maldita la caida que me rompió y me separó de mi.
Quizá ya no exista. Aunque dicen que esto es existir.
jueves, 25 de junio de 2015
Hasta Siempre.
Enormes lazos blancos colgaban desde la pared hasta el centro de la habitación en la que, semioculto en la penumbra, se podía intuir una enorme figura envuelta en cientos y cientos de lazos que iban a parar allí desde todos los puntos de la sala.
La figura de dos metros estaba suspendida en el aire simplemente sujeta por aquella enredadera blanca. Se balanceaba suavemente de un lado a otro y se inflaba y desinflaba como si respirase. Pero cómo iba a respirar.
Cada uno de los lazos estaba fuertemente atado a la criatura que hacía demasiado tiempo que había dejado de luchar por liberarse.
Apenas entraba un rayo de luz por debajo de una puerta hasta que esta se abrió lentamente y alguien entró en la habitacion. Era una voz tensa, grave e imponente. Al pronunciar palabra provocaba un escalofrío en cualquiera que lo escuchase.
-Di tu nombre. - Las palabras retumbaron en la habitación, pero tras estas no llegó ningún sonido más.
Podría haber pasado una eternidad hasta que la voz se retiró y la habitación volvía a quedar iluminada por ese pequeño rayo de luz.
En aquel momento se escuchó una suave y débil vocecilla que prodecía de un rincón de la habitación.
-No puedes pronunciar tu nombre, ¿verdad? - La figura comenzó a proyectar una suave iluminación en la sala y se pudo observar su cuerpo de niña de quince años, sus inocentes ojos verdes, la piel blanca como la nieve y el larguísimo cabello rubio cayendo en cascada sobre su espalda. -Lo siento mucho, Adiós, pero yo ya no puedo ser Siempre. Tienes que decirlo. - Dijo a punto de romperse.
Pero sus débiles palabras volvieron a retumbar en la habitación sin que tras estas llegara sonido alguno.
<<No puedo romper tus lazos, son demasiado fuertes. No puedo obligarte a hablar, estás demasiado lejos. No puedo iluminar más esta habitación, no tengo fuerzas. No llego a ti. No puedo ser Siempre.>>
La figura de dos metros estaba suspendida en el aire simplemente sujeta por aquella enredadera blanca. Se balanceaba suavemente de un lado a otro y se inflaba y desinflaba como si respirase. Pero cómo iba a respirar.
Cada uno de los lazos estaba fuertemente atado a la criatura que hacía demasiado tiempo que había dejado de luchar por liberarse.
Apenas entraba un rayo de luz por debajo de una puerta hasta que esta se abrió lentamente y alguien entró en la habitacion. Era una voz tensa, grave e imponente. Al pronunciar palabra provocaba un escalofrío en cualquiera que lo escuchase.
-Di tu nombre. - Las palabras retumbaron en la habitación, pero tras estas no llegó ningún sonido más.
Podría haber pasado una eternidad hasta que la voz se retiró y la habitación volvía a quedar iluminada por ese pequeño rayo de luz.
En aquel momento se escuchó una suave y débil vocecilla que prodecía de un rincón de la habitación.
-No puedes pronunciar tu nombre, ¿verdad? - La figura comenzó a proyectar una suave iluminación en la sala y se pudo observar su cuerpo de niña de quince años, sus inocentes ojos verdes, la piel blanca como la nieve y el larguísimo cabello rubio cayendo en cascada sobre su espalda. -Lo siento mucho, Adiós, pero yo ya no puedo ser Siempre. Tienes que decirlo. - Dijo a punto de romperse.
Pero sus débiles palabras volvieron a retumbar en la habitación sin que tras estas llegara sonido alguno.
<<No puedo romper tus lazos, son demasiado fuertes. No puedo obligarte a hablar, estás demasiado lejos. No puedo iluminar más esta habitación, no tengo fuerzas. No llego a ti. No puedo ser Siempre.>>
domingo, 21 de junio de 2015
Y un carrusel.
Huímos rápido de allí. Aunque creo que nunca dejé de huir.
Esta vez no estaba sola.
No fue tan difícil como esperaba ni daba tanto miedo.
La ciudad dijo que atardecía, pero nosotros sabíamos que estaba amaneciendo, que aquello, a pesar de ser un descanso, era como empezar desde cero.
Claro que no nos conocíamos de nada, claro que debía estar temblando, claro que. Pero y qué.
No había nada como huír, y nadie más que él sabía apreciarlo. Nadie más que él conoció el placer de pasar del odio al amor en un instante. Y viceversa. Y era casi tan bonito como aquellos momentos de soledad que tanto escocían.
-Dime que no vamos a volver.-Me sorprendió. Sonreí. Y no respondí.-Dime que no volveré a ser yo.
Quería prometerle que no volvería a hacer daño a nadie, ni a sí mismo. Quería prometerle que aquellas no iban a ser las únicas horas en las que íbamos a confiar el uno en el otro, que habrían muchos más días.
Quería prometerle.
Que no eramos errores, que merecíamos estar allí, entre toda esa gente, ignorando lo mucho que los odiabamos, que nos odiaban sin saberlo.
-Si esto fuera infinito no sería mágico.
Y un carrusel, una librería, algodón de azúcar y videojuegos en centros comerciales.
Pero era demasiado mágico para ser infinito.
Y comenzó a atardecer y se notaba más dentro que fuera. Y anocheció y dolió más dentro que fuera. Porque nada escapó.
Atamos fuerte esos sentimientos y los escondimos dentro.
Y volvimos a ser dos que se odian, que los odian, que nos odian.
Esta vez no estaba sola.
No fue tan difícil como esperaba ni daba tanto miedo.
La ciudad dijo que atardecía, pero nosotros sabíamos que estaba amaneciendo, que aquello, a pesar de ser un descanso, era como empezar desde cero.
Claro que no nos conocíamos de nada, claro que debía estar temblando, claro que. Pero y qué.
No había nada como huír, y nadie más que él sabía apreciarlo. Nadie más que él conoció el placer de pasar del odio al amor en un instante. Y viceversa. Y era casi tan bonito como aquellos momentos de soledad que tanto escocían.
-Dime que no vamos a volver.-Me sorprendió. Sonreí. Y no respondí.-Dime que no volveré a ser yo.
Quería prometerle que no volvería a hacer daño a nadie, ni a sí mismo. Quería prometerle que aquellas no iban a ser las únicas horas en las que íbamos a confiar el uno en el otro, que habrían muchos más días.
Quería prometerle.
Que no eramos errores, que merecíamos estar allí, entre toda esa gente, ignorando lo mucho que los odiabamos, que nos odiaban sin saberlo.
-Si esto fuera infinito no sería mágico.
Y un carrusel, una librería, algodón de azúcar y videojuegos en centros comerciales.
Pero era demasiado mágico para ser infinito.
Y comenzó a atardecer y se notaba más dentro que fuera. Y anocheció y dolió más dentro que fuera. Porque nada escapó.
Atamos fuerte esos sentimientos y los escondimos dentro.
Y volvimos a ser dos que se odian, que los odian, que nos odian.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)