Llega un momento en la vida en que nos damos cuenta de que no importa cuánto perdones al resto, a las personas que te hicieron daño, te decepcionaron o te rompieron el corazón. No importa cuánto pretendas ignorar u obviar el rencor y el dolor que nos causa.
Porque al final todo se reduce a perdonarnos a nosotros mismos.
He cometido cientos de errores y todos los enfoco alrededor de otras personas. "Me han engañado", "me han desilusionado", "me han fallado", "me han dejado sola". Pero llega un momento en el que me doy cuenta de que ellos deben personarse por ello. No yo. No tú. Tú debes perdonarte a ti misma y hacer las paces conmigo por los errores que cometí. Comprender que todos nos hacemos daño alguna vez, hacemos cosas de las que más tarde nos arrepentimos. Pero en lugar de culpar a los demás y victimizarnos debemos añadir, tras cada uno de nuestros errores, un punto a nuestra experiencia. Ir más despacio, valorar el haberlo intentado, aunque saliera mal. Perdonarnos a nosotros mismos y dejar que el resto también aprenda a hacerlo. Volver la vista atrás y torturarse solo servirá para no poder avanzar. Nos estancamos en el error y vivimos en él. Tienes que aprender a perdonarte, porque fallar no significa que todo vaya a derrumbarse. Significa que hemos sido valientes. Y eso construye.
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